Dirigida por el maestro Mario Perusso y con un programa dedicado al compositor italiano.
El jueves 22 de agosto a las 20:30 horas, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires ofrecerá en el Teatro Colón el duodécimo concierto de su abono 2013, conducida por el maestro Mario Perusso. En celebración del bicentenario del nacimiento de Giuseppe Verdi (1813-1901) se interpretarán la Obertura de “Nabucco”, el Acto III de “Rigoletto”, la Obertura de “I vespri siciliani” y la Segunda escena del Acto II de “Falstaff”. Participarán el barítono Fabián Veloz y los alumnos del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, seleccionados en una audición, Verónica Cano, Darío Leoncini, María Coronel Bugnon, Walter Bartaburu, Mariano Crosio, Melina Biagetti, Lídice Robinson, Vanesa Aguado Benítez, Horacio Badano, Reinaldo Samaniego, Emmanuel Faraldo y Juan Pablo Labourdette.
La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires obtuvo dos Premios Konex de Platino como la mejor orquesta argentina de las últimas dos décadas, en 1999 y en 2009. En abril de este año recibió la distinción “Mejor Orquesta Sinfónica Argentina” de 2012, otorgada por la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina.
Mario Perusso (1936) debutó en 1968 como director de orquesta en el Teatro Argentino de La Plata y en 1973 en el Teatro Colón. Allí asumió la dirección de casi todas las óperas de Puccini y varios títulos verdianos, entre otros numerosos espectáculos líricos, coreográficos y conciertos. Dirigió todos los organismos sinfónicos más importantes del país; en teatros y orquestas sinfónicas de Sudamérica; y en ciudades italianas, en la Ópera de Praga y de Atenas. Fue director artístico del Teatro Argentino de La Plata (1989-1998) y del Teatro Colón (1998-2000). Como compositor se destacan sus óperas Guayaquil, Escorial, La voz del silencio y Fedra, estrenadas en el Teatro Colón, que lo nombró en 2010 compositor residente.
El gran mérito de Giuseppe Verdi fue la inagotable capacidad para superarse en el transcurso de las veintiséis óperas que compuso, dando una forma cada vez más precisa a sus ideales estéticos. Con su tercera ópera, Nabucco (1842), los italianos se reconocieron en el patriotismo de los esclavos hebreos y la obra se convirtió en un emblema de la resistencia al dominio austríaco que sojuzgaba a Italia. En su período intermedio, asumió el liderazgo de la ópera abordando temas audaces; es la etapa de la trilogía que le otorgó fama mundial: Rigoletto (1851), Il trovatore (1853) y La traviata (1853). Aún en 1851, la base de una ópera seria era el aria, pero en Rigoletto la unidad la otorga la escena, este fue su aspecto revolucionario. En 1855, la Ópera de París le encargó para la Gran Exposición una ópera con libreto de Eugène Scribe, Les véspres siciliennes, cuyo enfoque sólo pretendía el entretenimiento del público; Verdi llegó a la conclusión de que era la caricatura de un hecho histórico real. La obra pronto fue traducida al italiano como I vespri siciliani, cuya excelente obertura es una pieza habitual en las salas de conciertos. Verdi sorprendió en su última ópera, Falstaff (1893), con una comedia. Ante el libreto de Arrigo Boito, en que el ingenio y las palabras debían ocupar un lugar relevante, logró una combinación diferente de música y texto. Todo es sutil, dinámico, conciso. El resultado musical fue una línea melódica casi permanente donde abundan las conexiones temáticas que confieren a la obra su extraordinaria unidad.
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