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martes, 8 de febrero de 2022

El adiós a Juan Martín del Potro


Corría el verano de 2017 y Roger Federer estaba de un excelente humor. Después de seis meses de parón, había vuelto al circuito por todo lo alto, con triunfos en Australia y en Wimbledon. A sus casi 36 años, el suizo estaba ya en cuartos de final del US Open, torneo que no ganaba desde 2008 y que podía auparle al número uno del mundo por primera vez en cinco años. Por su lado del cuadro, en la siguiente ronda, aparecían Dominic Thiem o Juan Martín del Potro. Ambos, en principio, rivales inferiores.

El partido de octavos entre el austríaco y el argentino empezó con la pista inclinada. A Thiem le entraba todo y Del Potro se encontraba mal, con fiebre, cansado, acusando los muchos partidos tras la enésima lesión. De repente, algo se apoderó del de Tandil, como sucediera en las semifinales de Río 2016 contra Rafa Nadal. Derecha tras derecha, Del Potro acabó echando a Thiem del partido y Federer bien que lo celebró en sus redes sociales, con unas animaciones en las que cada derecha del argentino era como un martillazo de Thor, imposible de devolver, haciendo un cráter en el suelo.

Nunca nadie se quedó más cerca de definir lo que era la derecha de Del Potro: el martillazo de un superhéroe enrabietado. Un misil plano, veloz, siempre largo, pegado a la línea de fondo, que apenas botaba y acababa estampándose contra las lonas de atrás ante la incredulidad del rival y de la grada. La derecha que dejó al propio Federer sin su quinto US Open en 2009 incluso después de adelantarse dos sets a uno en la final. La misma derecha que le dejaría fuera de la aventura americana un par de días después, incapaz de encontrar refugio ante tal bombardeo.

La historia de Juan Martín del Potro es esa: una derecha portentosa y un cuerpo frágil, tan alto y delgado como traicionero. Campeón de grand slam a los 21 años, del Potro estaba llamado a ser parte de cualquier «Big 3» o «Big 4» digno de ese nombre. Dominaba todas las suertes del juego, podía adaptarse a la tierra batida -al fin y al cabo, era argentino-, podía jugar sobre hierba tirando de servicio y golpes planos -fue medalla de bronce en Wimbledon, en los Juegos de 2012- y resultaba imparable en pista dura, donde uno se lo puede imaginar sumando títulos y títulos a lo largo de los años.

Y, sin embargo, no pudo ser. Al año siguiente de su gran hazaña, después de caer en octavos de final del Open de Australia, empezaron los dolores de muñeca y ya no cesaron. Se perdió 2010 entero, se tuvo que operar en 2014 y en 2015, se lesionó la rodilla en 2018 y se fracturó la rótula derecha en 2019. Meses y años sin poder competir, un dolor insoportable y un trabajo como el de Sísifo para subir de nuevo la piedra a lo alto del monte y ver cómo caía rodando de nuevo a punto de llegar a la cima.

Para alguien que tuvo cinco lesiones inhabilitantes en diez años, el palmarés de Del Potro sigue siendo de los mejores de su generación: aparte del US Open de 2009, jugaría de nuevo la final de este torneo en 2018 (perdió contra el mejor Djokovic). En Roland Garros fue semifinalista dos veces (2009 y 2018) y hasta seis veces llegó a cuartos de final del US Open en sus diez participaciones. Aparte, le dio tiempo a ganar veintidós torneos, llevarse a casa dos medallas olímpicas (al bronce de 2012 hay que sumar la plata de 2016) y conquistar para Argentina la única Copa Davis de su historia, tras remontarle dos sets a uno a Andy Murray en semifinales en Escocia y luego dos sets a cero a Marin Cilic en el histórico cuarto partido de la final, jugada en Zagreb (Croacia).

El hecho de que a cada rehabilitación de cinco, seis, siete meses le siguieran otros tantos meses de esplendor -hasta cinco años acabó Del Potro entre los diez primeros del ranking- nos invita a pensar en el pedazo de jugador que nos hemos perdido. Sin duda, el gran «what if…?» de los últimos treinta años. Un tenista que, incluso dolorido, incluso renqueante, incluso lejos de ese esplendor juvenil de los años 2008 o 2009, podía enfrentarse a cualquiera y ganarle en los más grandes escenarios (Djokovic en Río 2016, Federer en el US Open 2017, Nadal en el US Open 2018).

Del Potro no era solo potencia. Era potencia y conciencia de sus propias posibilidades. Del Potro no tenía nunca miedo. Cada día era un nuevo comienzo y como tal lo tomaba. Sin duda, habría sido uno de los grandes y habría hecho muchas cosquillas al palmarés de los mejores. En fin, nunca lo sabremos. Salvo milagro -Andy Murray también anunció su retirada dos veces y por ahí anda, al borde de los 35, celebrando su retorno a los cien primeros del ranking-, Buenos Aires será el último torneo de su carrera. Quiere volver a ser feliz, quiere volver a sentir su cuerpo como algo propio, quiere dejar de luchar. Nadie se merece tanto una rendición incondicional como él. Nadie se la ha ganado con tanto sudor y tantas lágrimas.

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