Diez monarquías sobreviven a día de hoy en Europa. La española es la que más ha dado que hablar en los últimos años con un historial imparable de escándalos. Sin embargo, los fantasmas sobre relaciones extramatrimoniales o negocios turbios se extienden sobre buena parte de la nobleza del continente.
«Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir». Las famosas palabras del rey emérito Juan Carlos I tras su polémica caza de elefantes en Botsuana bien podrían servir para muchos de los monarcas actuales y pasados de las dinastías europeas. En estos momentos, en Europa existen diez monarquías parlamentarias: España, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Noruega, Suecia, Dinamarca, Reino Unido, Liechtenstein y Mónaco. Aunque la mayoría de ellas arrastran un presente y pasado de escándalos, la española es la institución que más se tambalea. En los últimos años suma un tsunami de tropiezos que han llevado a algunos de sus miembros a la cárcel y a otros a huir al extranjero. Hace un año, acorralado por un presunto blanqueo de capitales y por las comisiones por el tren de alta velocidad en La Meca, Juan Carlos I decidió huir a Emiratos Árabes.
Pero hablar de polémicas monárquicas en la actualidad es también hablar de la familia real británica, una de las más antiguas y valoradas del continente. En 2015, el príncipe Harry apareció disfrazado en una fiesta de oficial nazi. Poco después, salió a la luz la longeva amistad de su tío, el príncipe Andrew, con el pedófilo Jeffry Epstein. Desde hace dos años, permanece apartado de la vida de palacio. Además, las recientes acusaciones de Meghan Markle también han hecho tambalear los pilares de la corona británica, que según la actriz mostró preocupación por el color de su hijo. La confesión ha reabierto un profundo debate sobre el racismo en el país.
La de Markle como la de la reina Leticia en España son las historias de dos mujeres que pasaron a ser parte de la realeza sin contar con raíces nobles. No siempre estuvo permitido. El rey Eduardo VIII, tío de Isabel II, protagonizó uno de los reinados más breves de Inglaterra al abdicar para casarse con la humilde y dos veces divorciada Wallis Simpson. Mejor suerte corrió Haakon, el príncipe heredero de Noruega, que amenazó con renunciar al trono si no le permitían casarse con Mette-Marit, madre soltera que contaba con un hijo fruto de una pareja que había pasado por la cárcel condenado por un delito de drogas.
Los casos de corrupción de la realeza tampoco son exclusivos de España ni de nuestros tiempos. En los años 70, el por entonces príncipe neerlandés Bernardo fue sobornado con más de un millón de dólares para influir en la compra de varios cazas de combate. El caso nunca llegó a los juzgados. La cercana relación de algunas monarquías con regímenes dictatoriales tampoco ha sido una excepción en el país de los tulipanes. La actual reina consorte Máxima de Holanda es la hija de un ministro durante la dictadura de Videla en Argentina. Ya en esta época, la reina y su marido, el rey Guillermo, han estado bajo la lupa de la opinión pública tras unos polémicos viajes a Grecia cuando medio mundo estaba confinado en medio de la pandemia del coronavirus. En la coyuntura pandémica, las hijas de Juan Carlos I aprovecharon la visita a su padre en Abu Dabi para vacunarse cuando todavía no les tocaba su turno.
Esta misma semana se hacía pública la demanda de la aristócrata Corinna Larsen al rey emérito por un caso de acoso perpetrado desde hace una década. La ex amante reclama al emérito una indemnización millonaria y una orden de alejamiento.
Tampoco en buen lugar deja al rey Carlos Gustavo de Suecia uno de los últimos libros publicados sobre su vida, que narra sus continuas participaciones en fiestas de strippers destacadas por llevar a cabo orgías presuntamente organizadas por amigos suyos pertenecientes a la mafia rusa. No menos tranquila han sido las adiciones reconocidas de Ernesto de Hannover, el marido de Carolina de Mónaco (al menos sobre el papel). Tras agredir a un policía ingresó por orden judicial en una clínica de lujo austriaca. El objetivo era superar su dependencia del alcohol, pero pocas semanas después fue avistado tomando cerveza con sus amigos en una terraza de Ibiza. Su esposa, Silvia de Suecia, no solo ha tenido que lidiar con los habituales rumores de infidelidades, sino con el pasado nazi de su padre, quien se lucró con negocios confiscados a los judíos por el partido de Hitler.
En el ámbito político, Luxemburgo bordeó una crisis constitucional en 2008 después de que el gran duque Enrique se negase a firmar la ley que legalizaba la eutanasia en el país alegando «objeciones de conciencia». Finalmente, se reformó la Constitución, la legislación salió adelante y el rey vio reducidos sus poderes.
Bélgica: historia interminable de escándalos ‘reales’
Infidelidades, hijos extramatrimoniales, evasión de impuestos, colaboracionismo nazi o una de las colonizaciones más brutales. La historia reciente de la familia real belga lleva inherente la palabra escándalo. Hace tan solo unas semanas se producía la primera aparición pública de la princesa Delphine Boël, la ‘hija bastarda’ del rey emérito Alberto II. El antiguo monarca y su consorte, profundamente católicos, han caminado durante más de 60 años juntos a pesar de los continuos rumores de infidelidades entre ambos. A ella, una aristócrata italiana, se la llegó a apodar «la reina de las fiestas» y siempre se le ha relacionado con el cantante Adamo, autor de la canción ‘Dolce Paola’. Él habría mantenido una relación extramatrimonial de dos décadas con la baronesa Sybille de Selvs Longchamps, la madre de Delphine. Paola de Bélgica, también apodada la princesa rebelde por una espontaneidad que no gustó a todos los belgas, ha querido separarse en no pocas ocasiones, pero este paso era impensable en una familia real tan conservadora. Ha optado por permanecer en el castillo de Belvedere.
No mucho mejor está siendo el legado del hijo menor de la pareja, el príncipe Laurent, verso suelto y rostro frecuente de las páginas de la sociedad belga por sus continuos traspiés. Ya nació bajo los rumores de que era producto de una infidelidad de Paola. Y desde su adolescencia ha protagonizado escándalos por desviar fondos de la Armada para sus viajes o para renovar sus viviendas, lo que le ha llevado a ser denostado por buena parte de la sociedad y a enfrentarse con el Gobierno belga y con su propia familia. Pero el antes y el después de los reyes eméritos belgas también está pintado de claroscuros. Sus antecesores en el trono cargan con un pasado de sombras por claudicar ante los nazis, primero permaneciendo en Bruselas y después siendo trasladados a Alemania; por liderar la del Congo, una de las colonizaciones recientes más brutales; o por un supuesto amor secreto entre el rey Balduino y su madrastra. Hace unos meses, el actual rey Felipe pidió perdón por primera vez por los abusos y la violencia cometidas en el Congo.
En estos mares turbulentos, en un país en el que la monarquía no desata tanto simpatía como en otros y en el que valones y flamencos se enfrentan por todo valor cultural, la familia real belga pone la esperanza de su renovación en la princesa Isabel de Bélgica (19 años). Sus padres, Felipe y Matilde, ostentan el trono desde 2013. Con este matrimonio, el primogénito de Alberto intentó poner fin a los constantes rumores sobre su homosexualidad. Isabel será, tras la derogación de la ley sálica de 1991, la primera mujer jefa de los belgas. E iniciará así un camino de nuevas reinas en Europa a los que también se sumarán Amalia en Holanda o Leonor en España. Los nuevos aires de frescura pretenden reflotar la imagen de la institución de sangre azul en progresivo cuestionamiento por parte de la sociedad.
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